Curvando la esquina
“El mundo es mío, Manny,Con todo lo que contiene”
Tony Montana, Scarface
1989, al anochecer
Tenía la frente contra la ventanilla, los párpados casi cerrados y la piel palideciendo con la presteza de un zarpazo expedito en una jungla inaccesible. Afuera existía poco, salvo el anochecer escuálido que se plasmaba ya demasiado inminente para enmendarlo. El microbús corría con el semblante aniquilado, casi como un escombro confinado a moverse por un deseo ulterior y sumisamente aborrecible.
Sudaba frío y cada recuerdo de lo anterior, de lo que había obligado a coger el microbús más próximo, le envolvía por completo en una telaraña de sensaciones desagradables, imágenes inconexas de un hecho que no podía precisar del todo. La verdad se le escapaba de entre los dedos contra sus anhelos. Cerró los ojos y se concentró en vano en una figura agradable, en una fantasía inocente, inconsciente, lejana. Sobre todo lejana. Pero aún así le era imposible quitarse el sabor amargo en los labios. El vacío retenía emociones incomprensibles en un desfile de contracciones titánicas y destructivas.
Y en eso…
El autobús se detuvo y por primera vez notó que llovía. “Si no puede ser tuyo, entonces no se halla este mundo…”, recitó casi sin quererlo.
Estaba caminado por la calle obscura, el autobús se alejaba dejando en el agua una estela que desaparecía en el acto mismo de generarse. No había luna ni cielo ni nada.
Abrió la puerta. La besó sin amor, se quitó el abrigo, la corbata, el chaleco y los zapatos. Le pidió un café sin azúcar, prendió la televisión y cogió un periódico, sin embargo, no hizo cosa alguna más que mirar las gotas de lluvia por la ventana.
Fingía que dormía, le dio la espalda y fantaseó sobre esa película que tenía en la cabeza y que algún un día terminaría filmando.
Se lavó los dientes, la volvió a besar y le hizo el amor sin ganas.
1997, primavera
Descendió nueve escalones. Se imaginó el eco de un padrenuestro y miró las nubes pensando en el color de una canción que se le acababa de ocurrir. Y se quedo detenido escuchando el sonido de la respiración de las paredes, el retumbar sordo y metálico las pisadas en los escalones. “Si no tengo lo que quiero, entonces no quiero nada en lo absoluto”, murmuró con la voz a medias.
Dio un rodeo por el pasillo grácil de sí mismo, vadeó siete espectros y por poco colisiona con un corazón desprevenido. No despegaba los ojos de la ventana y de la tarde que será noche de un momento a otro.
Bajó de una nube cargada de lluvia y se sumergió en el vaso de agua mineral que se inventó antes de descender el décimo escalón. Pensaba en muchas cosas sin importancia, otras tantas innecesarias y unas pocas interesantes.
Y lo distinguió…
Fue un hilo de aire que le revolvió el poco pelo que todavía le quedaba, pero lo vio. Visualizó esa escena que lo perseguía hace años y que terminaría filmando tarde o temprano….
Se quedó dormido sobre un cuaderno nada prolijo y un poco amarillento.
2003, por la madrugada
Le gustaba escribir su diario en tercera persona, porque se sentía más cercano y a la vez más lejano de si mismo. Definitivamente esa era la sensación que andaba buscando y por decirlo así, era también una de las pocas cosas de sabía hacer bien. Por nada más que eso le nacía la fascinación mágica de entregarse por completo. Por nada más sentía esa explosión de júbilo estallar en su cabeza, esa locura de los dedos al estrecharse a un lápiz y trazar un millón de caracteres sin más significado que el de una figura volátil en la arena.
Pero ahora no era capaz.
El cuerpo débil, la tristeza que le truncaba el alma y le imposibilitaba encontrar su lugar en el guión de la rutina le impedía soltar el gorgoteo cadencioso de su voz y sus derivaciones infinitas.
Estaba de pie en la azotea, era de noche, era de día, el calor se mezclaba con la humedad fría y el tiempo retrocedía al encumbrarse en lo venidero, en lo ulterior.
Y era mentira…
Un cuento suyo.
El cuaderno amarillo y el lápiz y esa lágrima que casi lograba escabullirse por su mejilla y encontrar la luz apagada de la noche, que no era noche, si no más bien medio día o tal vez las diez y tres cuartos.
Le gustaba el helado azul y de chocolate. Tenía cuarenta y dos años.
Blasfemaba.
Enloquecía… (Silencio)…
1999, verano
Fue el mejor de tan pocos, que casi no valía la pena ostentar el titulo y la celebridad.
“Granada”...Escuchaba “Granada” en voz de Domingo y Pavarotti.
Bueno, como decía, era el mejor mentiroso entre tanta gente honrada, que no le era posible en lo absoluto sentirse orgulloso.
“Con te partiro”…Bocelli. Se alegró
Ahora inventa poemas de amor y cocina películas en la peluquería, mientras pinta un cuadro de siete esquinas y bebe un poco de agua con sal.
Y quizás fuese mentira,
Un cuento de la casa, suyo, tan suyo como el mundo y sus bolsillos. O tal vez no, y por el contrario, la normalidad palidecía en un agónico orgasmo fatal, asesino.
O Acaso… No había cuaderno.
2013, invierno
Con suerte se mantiene en pie. Da un giro en el aire, extiende su mano a una compañera invisible, inclina la cabeza, simula una reverencia y escucha el tango sentado al borde de la silla. Grita con los labios cerrados, se mueve sin despegar los pies del suelo y escucha el tango.
Dos días después no puede evitar que el muelle se derrita bajo sus pies. Y quizás tenga miedo y tal vez se quiera morir, mientras recuerda la película que nunca filmó, escucha las canciones que jamás compuso, recite los poemas que simplemente se atrevía a escupir con rabia y lea cuentos que vendieron su cuerpo al tiempo, a la mentira.
Siete horas más tarde, muy plausiblemente, se arroje al mar a sabiendas de haber fracasado y también llore con la sensación de odiarse.
Intentará contarse un cuento y aún así no podrá seducir el destino ni a la suerte.
1993, otoño
Se levanta a las seis, se cepilla los dientes con diligencia excesiva. Desayuna un vaso de agua con algo de azúcar y sale al mundo arrastrando sus heridas. Piensa en laberintos sin salida y en la flora intestinal, sueña que conoce Buenos Aires. Fantasea que es feliz siendo complacido por un vientre generoso, por enredos de pieles rosadas fáciles, pero se encuentra con la vereda atestada, con la calle transformada en una lata de sardinas y el recuerdo de la cama vacía que lo espera en casa.
Un halo triste asciende desde el suelo y le contrae el rostro en un pesar interminable, animal.
Una tristeza extraña lo mueve hacía imágenes incoloras, lentamente el sonido se retira de las veredas, de los árboles, de la gente. El desconcierto es un cáncer y crece como plaga celestial despiadada. Y es cierto, sólo hay blanco y negro y su cuerpo esfumándose con lentitud del mundo material.
Fabricó un adiós con la mano, frente a él se despeja un camino intrigado de locuras. El cuaderno se teñía de otoño, casi como diciéndole al oído que regresara, pero los dados ya estaba echados y no había absolutamente nada que hacer.
Algo había llegado para quedarse.
Creyó ver un ángel de tres cabezas, una zanahoria con frenillos y un par de nubes con corbata y esmoquin, y supo ya que era el autor que siempre había querido ser, el mundo era suyo y sus cuentos, sus cuentos también lo eran.
2013, invierno otra vez
Cantaba con más pasión que sentido de afinación. No podía arrojarse a las aguas frías, lloraba con amargura. Se incriminaba hasta el cansancio, y se maldecía, se odiaba a montones, sentía que las fuerzas le escaseaban y la capacidad de decidir se le perdía en mares de frustración y miedo.
Se mentía dulcemente, mecía su vuelo entre el olvido y las ganas de morir de una buena vez. Desfiló por su memoria un paisaje milagroso, el verde del césped brillaba con una intensidad indescriptible, y un par de mujeres investidas en blanco riguroso estaban sentadas a la sombra de un árbol tan dorado como las manzanas que contenían sus ramas, robustas extensiones cobrizas y musculosas. Y pensaba en el amor y también en Dios. Creía otra vez en lo imposible y de su corazón emergía a borbotones un torrente de energía… Pero estaba el río, la noche de invierno y el peso de los años sobre su cuerpo.
La indecisión era la soga que se anudaba al cuello como sentencia, ideas tristes le pueblan la retina. Y sigue dudando.
Pájaros de cartón sobrevuelan por la obscuridad, mira el horizonte. Respira, hay ráfagas de terciopelo que le abofetean la mejilla.
Va a saltar. No, se va a arrepentir.
- Sabía que vendrías aquí - le dijo una voz desde lejos.
1995, junio
Caminaba dueño de la vorágine del momento, era un caos regurgitado de un abismo perdido en la inmensidad del pasado. Fantasmales sensaciones lo dividen en mundos paralelos. Rojo, el cielo es rojo fuego y sus manos son hacedoras de fantasías.
Lo persiguen escarabajos de tiza, hombres de barro y espadas de papel. Veía cosas irreales. Al principio lo creyó como causa del torrente de su ingenio, pero las dudas y el descontrol le invitaban a sacar alarmantes conclusiones. Al principio sólo hablaba con soldados de plomo o muñecas de plástico. Luego, cuando se dio cuenta que su día era gobernado por seres de procedencia dudosa y se vio a sí mismo yaciendo con mujeres verdes y moradas, supo que las cosas no estaban bien.
- Abre los ojos- le dijo ella
2013, invierna, ella
Era ella. Venía desde lejos. Le toco el hombro, lo miró con preocupación exquisita. No le dijo nada más. Vislumbró una serie recuerdos añejos, la felicidad solapada se escabullía entre ellos con remordimiento y desconsuelo. Y se enterneció, frases sueltas la bendecían con luz y una llama inadvertida se encendía lentamente. “Esto lo has escrito tú”, quiso decirle, pero se contuvo.
Era ella, impredecible y a la vez no tanto. Magnifica, sabía, firme
- Esperaba que vinieras - le dijo él.
2006, Agosto
¿Correspondía esperar bajo la luz de una farola? Quizás, no conseguía responderse con claridad. El cielo era una cofradía azul cerrada, no había nubes, el aliento nocturno era tibio y por primera vez en demasiado tiempo lo insólito se ausentaba; las formas irreales detenían su ataque invencible. Sentía paz.
“Vuelvo a ser hombre” murmuró, y mientras los sonidos escapaban de su boca con la fuerza de una ansiedad vencida, siete pasos sucesivos y veloces destruyen de golpe el misticismo en el que había tomado vuelo hasta confines seculares y ordinarios.
“Había un margen al principio y deberá haber uno al final”, concluyó al enfilar retrospectivamente su historia. ”Nada ha cambiado, sigo estando aquí y todo lo que ha pasado es dramáticamente reversible”.
Alguien a sus espaldas parece que se reía.
2000, Escupido en la calle
Era genialidad y desconcierto.
Afuera amainaba el río de gente que se interpuso entre la calle y su forma escurridiza. Payasos sonrientes lo vitorean al pasar, ve pájaros de papel cruzar la noche como estrellas de insólita violencia. Y curva la esquina sin pensar, avanzando con torpeza, retrocediendo inmediatamente después.
Sentía que su búsqueda esta totalmente viciada. Su relato, en aquel cuaderno amarillo, perdía un intangible sentido, su escuálido objetivo final. Y notó que bajo su pluma había descripción vana y confusa, no se movía un paso en el tejido de su único y sufrido personaje, él mismo. Era una dinámica rutina, una sagaz repetición.
"Todo se mueve, menos mi historia", dijo. Y antes de pronunciarlo lo había escrito. No percibió aquel sutil detalle.
Ruidos de colores, una gran puta morada, nubes de corbata, atados de sueños con gomina sobre la cabeza, manzanas con minifalda y un trueno de cielo partido en siete bocinas histéricas: "Quítate del medio de la calle, cabrón". Le dijeron.
Se vio acorralado por automóviles de paciencia escasa, voló a la vereda. Ojos lo miran con reproches sangrientos; Y se ve corriendo con esa mortecina locura suya que parecía no detenerse nunca.
Se terminó escribiendo de espaldas, en un atado de rabia, momentos después.
2034, Intervención del testigo
Se llamaba Gonzalo y su presencia en la historia es despreciable, salvo un detalle que enlaza el desorden temporal y espacial en el diario del autor. Dijo sólo unas frases, pero fueron más que suficientes para hacer verdadera esta historia tantas veces cuestionada.
Y dijo: “Lo único que vi fue a un hombre y una mujer discutiendo en el muelle, el resto lo desconozco por completo. Es más, es tan variable todo lo que percibí aquella noche, que de haberme demorado un minuto más en llegar, les aseguro que hubiese vivido otra historia y otro final totalmente alternativos al original”.
2013, final primero
- ¡Despierta! – le dijo ella, mientras todo se fundía en papel acartonado.
Pero el autor no escuchaba, ya no estaba ahí. Era prisionero de sus personajes increíbles y de magias totalmente incontrolables. El piso le temblaba. Y de grietas sanguinarias en la tierra brotaban a escupitajos espíritus ennegrecidos. Fantasmas de sombras errantes. El cielo era una tajada de una noche y las ráfagas de aire eran paulatinamente calentadas por un fuego que parecía proceder de ninguna parte.
Había ladridos.
Perros con cabeza de hombre farfullan con la negrura encrucijada al sonido, al rugir de una bestia completamente inexistente y por ello más peligrosa aún.
- Por favor, escúchame....sal de ahí... – replicaba ella con la voz golpeada por un martillo, resquebrajada por la punta de un zapato arrastrado por un desfiladero cruento- te necesito aquí...
Pero el autor ya no era autor de nada.
No tenia cuerpo. Era una piedra en un camino de piedra y sobre él la gente desfila. Hay mucho sol sobre las cabezas, el aire es seco, el calor casi ni se aguanta. Parece que hay cantos de victoria. El cielo no es azul...
Iba a la deriva, el camino de piedra iba en picada hacía ninguna parte. Y a vuelo de pájaro se asoman alientos brillantes.
Frases inconexas, sin contexto; No hay tiempo.
- Sal, despierta.
- El problema creativo es básicamente...
- Te necesito aquí.
- La necesidad de una ausencia tantas veces ansiada. Y bueno...
- No hables bobadas, vuelve al mundo.
Está de pie en una calle sin nombre, está ahí y muchas partes. Se observa incluso desde fuera, de otra esquina. Y se mira a sí mismo desde la estratosfera del ensueño. Siente olores que nacen de las cosas, que envuelven los objetos en colores y que conforman una estela que cubre la naturaleza desnuda de lo cotidiano. Siente el escenario consciente de las gentes que respiran y piensa en lo tantas veces pensado y repite frasees suyas gastadas por los años de ficción.
A sombras, con los ojos meditados y gran esfuerzo, se escurre por las cortina de la tinta y revela que hay un río que corre y una mujer que lo reclama.
No puede hacer nada.
Escucha suplicas de corazón abierto y le embarga un puñetazo aturdidor de sentir explosivo y definitivo.
Se ahoga. Es un Arquímedes imposible, el agua no sale de la copa, sino que entra a torrentes delgados, como si se tratase de un abismo. Hay tanta agua y gas, que su mente divaga entre sirenas y tritones.
Su tamaño es reducido y disminuye tan rápidamente que pronto se verá rey del mundo atómico y su detalles. La copa se le asemeja a miles de mares y cielos revueltos. Hay tanta agua y gas, hace tanto frío.. todo es críticamente uniforme.
Y hay murmullos desde otro tiempo y el velo se ensombrece .
El cuaderno amarillo es inmenso.
Y en eso...
(Continua)
2013, final segundo
Tenía la expresión dura, como si el pensamiento la envolviera por completo, los labios apretados, juntos. Y sus ojos eran agujeros galácticos intrincados, casi eternos. Avanzaba con el paso lento y decidido, poseía eso si un talante atleta innegable. Todo en ella era agilidad y desconcierto. El autor la reconoció sin verla ni oírla, atendió primero a una punzada deliciosa en el corazón, inmediatamente después a la sensación nerviosa que lo hacía vibrar al unísono con el universo.
Por un momento no se dijeron nada. Existieron frente al río como personajes ajenos a todas las historias. Pudieron haber estado destiñéndose por millares de años, pero ella rompió el silencio.
- Vengo a verte morir- le dijo sin escándalo.
Fin segundo
2013, final tercero.
Se despertó sintiendo las sabanas livianas. Estaba consciente, pero se negó a levantar los párpados. Tanteó por la cama como una gacela perdida en una pradera alternativa. Y encontró un cuerpo difuso, lo atrajo para consigo; no hubo resistencia. Se adueño de una forma etérea. Y se perdía...se perdía.
Se despertó con una aspereza que le trepaba por el pecho. Manos frías lo enlazan por el cuello. No quiere abrir los ojos, porque tiene miedo. Y se concentra y se va...
Se despertó con veneno en la boca y el cuerpo mojado. La cama era un barco en mares turbios y cerrados. Siente frío.
Se ve hundiéndose en el río, en un nudo de gritos ahogados, pataleando inútilmente hasta quedarse sin vida. Una mujer lo mira corrompida por la pena y quiere estar con ella, pero se hunde y se va.
No abre los ojos.
(Aplausos)
Fin tercero
2013, final primero.
Y en eso...
Cuando el mundo se le hacía terrible y todo se desvanecía en terror, un beso le cubre la boca y ya no le importa si es hombre o sólo una piedra del camino, ya no le interesa si es real o un invento.
- Te quiero – le dijeron.
Y el mundo se le dibujó de nuevo, podía sentir hasta el más mínimo detalle. De a poco fue descendiendo hasta la más sutil firmeza. Y no vio nada maravilloso sobre la tierra. Ella era una forma corriente, pero...
El rubor le brotó a las mejillas lentamente y Dios estaba ahí.
- Necesito tu amor – respondió él.
Y Dios iba hacía todas partes por todos lados. Y la salvación era eso, aquella mujer corriente, en esa noche ideal y nada más se necesitaba para ser feliz. Los cuentos era sólo cuentos, y el amor simplemente el remedio más sorprendente.
Antes de pronunciar la palabra que tenía en mente, otro beso lo interrumpió y ya nada importaba. Las hojas corrían solas, el cuaderno se hacía viejo; había tanta vida y tantas sonrisas que pensó que moriría de tanta alegría.
Y gritó antes de desaparecer.
Y siguió gritando mientras la tinta se escurría y los colores se hacían nada. El escenario se caía a pedazos y todo era trazos grafitos que se borraban con el viento.
Y lo único que vio fueron las letras que se marcaban a las hojas. Su destino fue sellado cuando el final se marcó al fondo blanco...
Y así, inmóvil al final de la historia, se guardó en un ordenador y fue impreso dos días después para caer en el fuego y ser borrado de la historia del mundo.
(Muchas gracias a todos)
Fin primero
FIN
Nota: Escribí el final esta noche a punto de quedarme seriamente dormido, porque sé que esta es mi última oportunidad de hacerlo.
No quiero que mi trabajo guste, sólo quiero intentar hacer algo diferente. Si erró por ello, amén aquí y ahora, porque no voy a rendirme jamás.
Mis fallas como escritor son mis trancas personales. La impureza de mi prosa es la turbulencia de mi corazón. Mi lucha apenas ha empezado hoy, espero que no termine nunca.
Con toda la fuerza,
Gonzalo López.