Esa locura de quererse y reventar
Por El Autor
Problemas, había complicaciones de última hora a bordo de la casa, muebles expectantes a las transferencias de cariño y las disoluciones contractuales de los cónyuges. Gritos, platos desintegrados esparcidos como flores nupciales rimbombantes sobre la alfombra, regalo carísimo de la octogenaria tía millonaria. Los elementos naturales del hogar apenas se protegían de la ira desbordante de los que alguna vez, en la solemnidad absoluta de un “Sí, quiero”, profesaron el amor. Tiemblan los cimientos de la casa, los dividendos a veinte años, el automóvil familiar, las deudas con las tiendas comerciales y… ciertamente, el hijo, encerrado en la baño sin para de llorar a mares por el sentimiento indefinible del haber nacido entre el día y la noche.
Profundidad de sabana blanca violada, gérmenes de libertad seducidos por aires turbulentos de terceras pieles, replicas a volumen elevado marchitando plantas del jardín. Ruptura de corales, sueño venido a irreductible sensación de boca y la discusión de nunca a acabar; “No eres tú soy yo, se acabo el instante, ya no es igual,…nos ha consumido el invierno y siete puntos suspensivos por la mañana…”. Él, erguido, potro orgulloso de sí mismo, aduce a la lógica de los momentos, la potencia del pasado y las aspiraciones construidas para el mañana de los hijos, casi llora y así, quebrado al borde, balbucea la declaración jurada, la ratificación permanente del “te amo hasta los huesos”. Ella, a mirada cambiada, perfilando el rostro al ángulo de la ventana, deja pasar al caudal de llanto, desechando con aflicción las razones sistematizadas, las promesas de altar civil le pesan más que cien planetas apilados sobre la balanza universal; anhela conocer las sendas que prematuramente desechó, es compresible, ¿Quién podría detenerla? Esas voces que le susurran lo que no conoce, le fascina y seduce. Hay guerras que él no pudo ganar, hay batallas que ella no quiso luchar.
Problemas, al marido le está temblando ahora también la mano, rubor venoso por el cuello, reventándole a presión la paciencia, errores que a flor de piel pretende cometer, aunque el remordimiento después lo aniquile. Es así la estabilidad cuando cuaja, no hay recipiente que la contenga, ambos lo saben. Se pueden destruir con sólo provocarse.
El hijo, de rodillas, cabizbajo, abstraído en el reflejo que le rebota de las baldosas inmaculadas del baño, anda con el temor solapado en el rostro, abatido y con dolor de niño, con la infinidad pasional infantil de abarcar los vértices más áridos. Sufre, hierve de incapacidad.
El esposo suelta un martillazo de puño cerrado, tronco inflexible contra esa mejilla suave que por tantos años descansó sobre su pecho. La mujer gime, se hilvana la cara de manos, pretende envenenarlo a miradas fieras. ¡Ay, como quema el querer!, piensa el esposo al impactar una explosión de solidez en la otra mejilla. La reina del hogar se desploma, sutil dramatismo de ecos, la persigue la mesita del teléfono que cogió en busca de firmeza antes de aterrizar en el piso y sufrir.
Y los ruidos de calle, bañando las circunstancias de cotidianeidad, el resoplido de las llantas del bus escolar, los pajarillos de la incipiente primavera, cielo desnudo de azul, pasividad omnipresente y ubicua. Fuera de las rejas de la casa, aún existía sorpresa, novedad.
Desde el suelo, melena recostada sobre la alfombra, mirada sostenida hacía el ángulo exterior de la ventana, buscando algo, una señal, algún signo indescifrable de porvenir; la mujer abraza la libertad. Lo va a soportar todo, que la magullé de pies a cabeza, que le rompa las costillas, llene de moretones las piernas y rasguñe la cara. Cuando él se canse de castigarla, huirá, no le importa nada. Volará y muy alto. Nausea, percibe el mareo insistente – desfallecer, hacía el centro de la tierra. Brutalidad – y mundo de color disonante, las paredes de la casa constriñéndose a soportar el hogar que se derrumba a pedazos a vista y paciencia de los vecinos, la nana y la financiera.
El niño, hundiéndose en las sombras mentirosas de golpes y un silencio ensordecedor de instantes que no ve, colorea las escenas murmuradas por las rendijas de la puerta. Su imaginación es terrible y lo devora. Bombardea la retina de infierno- ¡Lo impensable!-, padre que se aleja y mala madre fugada. Es un huérfano, el niño se dibuja como huérfano, solitario en un mundo que lo aborrece ¿Qué será de él? ¿De donde obtendrá el calor de un abrazo y la seguridad de un techo? Se ve caminado descalzo por una infinidad de parques, en torrencial sacudida de aguas, en frio y enfermedad. Pobre huérfano expuesto a la insolencia voraz de los elementos, paria en apuros y sin padres ni escuela. Crecerá, todos lo reconocerán como el niño abandonado que triunfó, algo así como héroe, será también padre y uno bueno, tal vez gerente de una empresa, una hermosa mujer de talla elegante como esposa. Vencerá, que lo dejen solo, los odia a ambos, siempre discutiendo en vez de atenderlo, de preguntarle por lo que quiere, piensa y necesita. Se aman más a sí mismos que al producto del mutuo amor, el niño lo intuye – sin perdón ni olvido, lo sabe-.
Y la guerra, él marido ya no sólo golpea, grita. Que el barrio sepa que hay problemas, al diablo el día soñado, el cielo azul, la pasividad, lo corriente. Hay un problema, ella pretende marcharse, nunca lo quiso, anhela emociones diferentes para el resto de sus días. ¡Que el barrio sepa que es una desgraciada!
La mujer no responde, absorbe la perspectiva de la ventana en plenitud.
El niño ya se ve muriendo, rodeado de bisnietos, amado y respetado. Llorado por su hermosa mujer y por el mundo entero. La televisión y los periódicos lo despiden. Un héroe, perfecto ser humano, grandioso aporte a la humanidad. Un príncipe en la tierra, el más bueno, justo, leal, amable y sabio. Muere, a los cien años, en tranquila y plena vejez.
El marido está colérico, sabe que hay un motivo que le escabulle en los acontecimientos. Un extraño, imagina debe haber explorando el campo exclusivo de la esposa fugitiva. Lo ve surcando los caminos secretos, ese otro sin rostro pero con potente cuerpo transgresor, aspirando descaradamente los olores reservados, penetrando lo sagrado. Se detesta y ella es la culpable. Y se quiere escapar, ¡No puede ser posible!
Al hijo le rinden tributo, monumentos regios; Es un dios. Le adoran y el desde los cielos, ya como un santo- ángel milagroso, les concede las plegarias a sus fieles.
La mujer, dueña del perfil exterior de la ventana, espera su liberación – La tendrá, es cosa segura- . Sin prisa, soporta el castigo que no merece, pero necesita.
El esposo, paso al frente,…el abismo.
…………………………………………………………………………………………….
Lo apresaron sin oponer resistencia, perdido ya en la culpa de cometer. Ensangrentado, sudoroso, cien veces asesino y a veces inocente. Lo confesó sin que se lo pidieran, manantial de información desagradable y cruda. Del niño nunca le sonsacaron información, siquiera un rastro del infante fue posible pesquisar en la casa. “Se esfumó”, balbuceó el padre después de media década de terapia, “Se esfumo para siempre…”.
…………………………………………………………………………………………….
FIN
22 de junio de 2008, Concepción, Chile.
Por El Autor
Problemas, había complicaciones de última hora a bordo de la casa, muebles expectantes a las transferencias de cariño y las disoluciones contractuales de los cónyuges. Gritos, platos desintegrados esparcidos como flores nupciales rimbombantes sobre la alfombra, regalo carísimo de la octogenaria tía millonaria. Los elementos naturales del hogar apenas se protegían de la ira desbordante de los que alguna vez, en la solemnidad absoluta de un “Sí, quiero”, profesaron el amor. Tiemblan los cimientos de la casa, los dividendos a veinte años, el automóvil familiar, las deudas con las tiendas comerciales y… ciertamente, el hijo, encerrado en la baño sin para de llorar a mares por el sentimiento indefinible del haber nacido entre el día y la noche.
Profundidad de sabana blanca violada, gérmenes de libertad seducidos por aires turbulentos de terceras pieles, replicas a volumen elevado marchitando plantas del jardín. Ruptura de corales, sueño venido a irreductible sensación de boca y la discusión de nunca a acabar; “No eres tú soy yo, se acabo el instante, ya no es igual,…nos ha consumido el invierno y siete puntos suspensivos por la mañana…”. Él, erguido, potro orgulloso de sí mismo, aduce a la lógica de los momentos, la potencia del pasado y las aspiraciones construidas para el mañana de los hijos, casi llora y así, quebrado al borde, balbucea la declaración jurada, la ratificación permanente del “te amo hasta los huesos”. Ella, a mirada cambiada, perfilando el rostro al ángulo de la ventana, deja pasar al caudal de llanto, desechando con aflicción las razones sistematizadas, las promesas de altar civil le pesan más que cien planetas apilados sobre la balanza universal; anhela conocer las sendas que prematuramente desechó, es compresible, ¿Quién podría detenerla? Esas voces que le susurran lo que no conoce, le fascina y seduce. Hay guerras que él no pudo ganar, hay batallas que ella no quiso luchar.
Problemas, al marido le está temblando ahora también la mano, rubor venoso por el cuello, reventándole a presión la paciencia, errores que a flor de piel pretende cometer, aunque el remordimiento después lo aniquile. Es así la estabilidad cuando cuaja, no hay recipiente que la contenga, ambos lo saben. Se pueden destruir con sólo provocarse.
El hijo, de rodillas, cabizbajo, abstraído en el reflejo que le rebota de las baldosas inmaculadas del baño, anda con el temor solapado en el rostro, abatido y con dolor de niño, con la infinidad pasional infantil de abarcar los vértices más áridos. Sufre, hierve de incapacidad.
El esposo suelta un martillazo de puño cerrado, tronco inflexible contra esa mejilla suave que por tantos años descansó sobre su pecho. La mujer gime, se hilvana la cara de manos, pretende envenenarlo a miradas fieras. ¡Ay, como quema el querer!, piensa el esposo al impactar una explosión de solidez en la otra mejilla. La reina del hogar se desploma, sutil dramatismo de ecos, la persigue la mesita del teléfono que cogió en busca de firmeza antes de aterrizar en el piso y sufrir.
Y los ruidos de calle, bañando las circunstancias de cotidianeidad, el resoplido de las llantas del bus escolar, los pajarillos de la incipiente primavera, cielo desnudo de azul, pasividad omnipresente y ubicua. Fuera de las rejas de la casa, aún existía sorpresa, novedad.
Desde el suelo, melena recostada sobre la alfombra, mirada sostenida hacía el ángulo exterior de la ventana, buscando algo, una señal, algún signo indescifrable de porvenir; la mujer abraza la libertad. Lo va a soportar todo, que la magullé de pies a cabeza, que le rompa las costillas, llene de moretones las piernas y rasguñe la cara. Cuando él se canse de castigarla, huirá, no le importa nada. Volará y muy alto. Nausea, percibe el mareo insistente – desfallecer, hacía el centro de la tierra. Brutalidad – y mundo de color disonante, las paredes de la casa constriñéndose a soportar el hogar que se derrumba a pedazos a vista y paciencia de los vecinos, la nana y la financiera.
El niño, hundiéndose en las sombras mentirosas de golpes y un silencio ensordecedor de instantes que no ve, colorea las escenas murmuradas por las rendijas de la puerta. Su imaginación es terrible y lo devora. Bombardea la retina de infierno- ¡Lo impensable!-, padre que se aleja y mala madre fugada. Es un huérfano, el niño se dibuja como huérfano, solitario en un mundo que lo aborrece ¿Qué será de él? ¿De donde obtendrá el calor de un abrazo y la seguridad de un techo? Se ve caminado descalzo por una infinidad de parques, en torrencial sacudida de aguas, en frio y enfermedad. Pobre huérfano expuesto a la insolencia voraz de los elementos, paria en apuros y sin padres ni escuela. Crecerá, todos lo reconocerán como el niño abandonado que triunfó, algo así como héroe, será también padre y uno bueno, tal vez gerente de una empresa, una hermosa mujer de talla elegante como esposa. Vencerá, que lo dejen solo, los odia a ambos, siempre discutiendo en vez de atenderlo, de preguntarle por lo que quiere, piensa y necesita. Se aman más a sí mismos que al producto del mutuo amor, el niño lo intuye – sin perdón ni olvido, lo sabe-.
Y la guerra, él marido ya no sólo golpea, grita. Que el barrio sepa que hay problemas, al diablo el día soñado, el cielo azul, la pasividad, lo corriente. Hay un problema, ella pretende marcharse, nunca lo quiso, anhela emociones diferentes para el resto de sus días. ¡Que el barrio sepa que es una desgraciada!
La mujer no responde, absorbe la perspectiva de la ventana en plenitud.
El niño ya se ve muriendo, rodeado de bisnietos, amado y respetado. Llorado por su hermosa mujer y por el mundo entero. La televisión y los periódicos lo despiden. Un héroe, perfecto ser humano, grandioso aporte a la humanidad. Un príncipe en la tierra, el más bueno, justo, leal, amable y sabio. Muere, a los cien años, en tranquila y plena vejez.
El marido está colérico, sabe que hay un motivo que le escabulle en los acontecimientos. Un extraño, imagina debe haber explorando el campo exclusivo de la esposa fugitiva. Lo ve surcando los caminos secretos, ese otro sin rostro pero con potente cuerpo transgresor, aspirando descaradamente los olores reservados, penetrando lo sagrado. Se detesta y ella es la culpable. Y se quiere escapar, ¡No puede ser posible!
Al hijo le rinden tributo, monumentos regios; Es un dios. Le adoran y el desde los cielos, ya como un santo- ángel milagroso, les concede las plegarias a sus fieles.
La mujer, dueña del perfil exterior de la ventana, espera su liberación – La tendrá, es cosa segura- . Sin prisa, soporta el castigo que no merece, pero necesita.
El esposo, paso al frente,…el abismo.
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Lo apresaron sin oponer resistencia, perdido ya en la culpa de cometer. Ensangrentado, sudoroso, cien veces asesino y a veces inocente. Lo confesó sin que se lo pidieran, manantial de información desagradable y cruda. Del niño nunca le sonsacaron información, siquiera un rastro del infante fue posible pesquisar en la casa. “Se esfumó”, balbuceó el padre después de media década de terapia, “Se esfumo para siempre…”.
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FIN
22 de junio de 2008, Concepción, Chile.