sábado, mayo 13, 2006

CASI INEVITABLE

Nota: despues de juntar varios relatos cortos(varios publicados aquí), aparentemente inconexos, nació este cuento para un el interescolar. Es el segundo concurso literario al que voy, espero tener fortuna esta vez.
Eso.

EL FABRICADO


Le gustaba escribir su diario en tercera persona, porque se sentía más cercano y a la vez más lejano de sí mismo. Definitivamente esa era la sensación que andaba buscando y por decirlo así, era también una de las pocas cosas de sabía hacer bien. Por nada más que eso le nacía la fascinación mágica de entregarse por completo. Por nada más sentía esa explosión de júbilo estallar en su cabeza, esa locura de los dedos al estrecharse a un lápiz y trazar un millón de carácteres sin más significado que el de una figura volátil en la arena.

Pero ahora no era capaz.

El cuerpo débil, la tristeza que le truncaba el alma y le imposibilitaba encontrar su lugar en el guión de la rutina, le impedía soltar el gorgoteo cadencioso de su voz y sus derivaciones infinitas.

Estaba de pie en la azotea, era de noche, era de día, el calor se mezclaba con la humedad fría y el tiempo retrocedía al encumbrarse en lo venidero, en lo ulterior.

Y era mentira…

Un cuento suyo.

El cuaderno amarillo y el lápiz y esa lágrima que casi lograba escabullirse por su mejilla y encontrar la luz apagada de la noche, que no era noche, si no más bien medio día o tal vez las diez, quizás las cinco.

Le gusta el helado azul y de chocolate. Tiene cuarenta y dos años.

Blasfema.

Enloquece… (Silencio)…

Y luego descendió nueve escalones. Se imaginó el eco de un padrenuestro y miró las nubes pensando en el color de una canción que se le acababa de ocurrir. Y se quedo detenido escuchando el sonido de la respiración de las paredes, el retumbar sordo y metálico de las pisadas en los escalones. “Si no tengo lo que quiero, entonces no quiero nada en lo absoluto”, murmuró con la voz apagada.

Dio un rodeo por el túnel menudo de sí mismo, vadeó siete espectros y por poco colisiona con un corazón desprevenido. No despegaba los ojos de la ventana y de la tarde que sería noche de un momento a otro.

Bajó de una nube cargada de lluvia y se sumergió en el vaso de agua mineral que se inventó antes de descender el décimo escalón. Pensaba en muchas cosas sin importancia, otras tantas innecesarias y unas pocas interesantes.

Y lo distinguió…

Fue un hilo de aire que le revolvió el poco pelo que todavía le quedaba, pero lo percibió. Visualizó esa escena que lo perseguía hace años y que terminaría con él tarde o temprano….

Se quedó dormido sobre un cuaderno nada prolijo y un poco amarillento.

Se inventó un grito de espanto y por poco podía sentir que volvía al pasado y estaba ahí, mentalmente tendido en la cama, escuchando inmóvil e impotente. Otro grito, era su hermana. Esta vez casi tembló, casi emitió un suspiro entrecortado, titubeante. Pero aún así estaba inmóvil, con el cielo más arriba y el mundo más abajo; flotando. Suspendido y expectante a los sonidos, cabalgando por las paredes, amoldándose al vacío y de vuelta en su cama. Y de su cama, en un torbellino refulgente de sensaciones meteóricas, al presente inmediato de la escalinata y a la fuerza sobrecogedora que lo absorbía por completo.

Pero no terminaba ahí. Tenía la ficción engarzada a la palma de las manos, el lápiz en la cabeza y las palabras de su día desdoblado. Aquel día vivido dos veces…escrito y reescrito hasta al cansancio en ese cuento suyo de nunca acabar.

Y era mentira, simplemente porque ya estaba dicho que así fuera.

El cuaderno amarillo lo mira desde la esquina, allí esta todavía mordiendo en anzuelo de las horas y de la ficción. Es casi como una retahíla fantástica unida por los hilos de un destino anónimo y determinado a sobrescribirse, quien sabe hasta cuándo y por qué.

El resto, lo que sigue, es literatura.

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