lunes, febrero 26, 2007

Extracto de "Siete mil quinientas muertes de Anne Rose"

La tercera vez Adriano reaparece esbozado en sabanas lloradas. Es de nuevo distinto, con titilantes veintitrés años y somera calidez de quietud concentrada, uniforme. Duerme, no sueña. Es muy temprano, la luz es tímida y bipolar. Adriano es un objeto inmóvil, oriundo de Fidias u bien una pausa sostenida del aliento vital. Aparecen por entonces los olores callejeros, por la ventana desde abajo, invadiendo la calma y plegándose a razón de proporciones. Hay una fotografía en la pared, suspendía a media asta, que lo observa con ternura, esperando con fanatismo vuelva a la conciencia.
Su almohada está cansada y hay rumor de objetos, “Se le hace tarde”, conspiran en conjunto, y en desespero, los libros se caen de los estantes, uno a uno, con disimulo. Hacen el sonido justo para abolir el sueño, pero el amo tiene hoy la conciencia de plomo y no abre los ojos.
Desde la cocina, bastante cerca de la pieza y del baño y la sala de estar, dos cucharas y una taza esperan la señal emitida por la zambullida del diccionario. Se produce, el susodicho libro aterriza sobre la novela del colega y resbala por un túnel de diarios viejos y revistas.
Concierto. Baile de cables y música incipiente de una taza abochornada por piernas de cuchara y susurros. “¡Que despierte! Se le hace tarde”, sisean las cortinas azotadas de sol y cielo. Peor Adriano no responde. El bullicio es una sintonía desesperada de objetos histéricos. Ruidos y gotas de la llave, resoplidos y cantos insólitos de pájaros caritativos de la calle sobre el árbol. Pero Adriano es un muro de cera, quieto, atonal. Hay miedo, terror de los objetos ante un dueño que no despega los ojos de la noche. “Y ya son las tres”, se recuerda el reloj de muro con algo de pesar, implorando casi al minutero más clemencia en el implacable correr de las horas. No obstante, los esfuerzos vanos se sucedían, en tanto… las ampolletas encendieron a rabiar, reventándose y precipitando al suelo, sobre las revistas, los libros. Medidas desesperadas, calcetines libertarios asomando las costuras por entre las rendijas de los cajones. Las sabanas siente frío, Adriano está helado, más que nunca y hay pena, de inmediato un hilo de angustia arremete en todos lados. “Se nos fue”, suspira la ventana derrumbándose en dolor, aboliendo las hojas del invierno, sacudiendo lagrimas y confundiéndolas con gotas de cielo.
Sobre la mesa de noche, descansando pusilánime y al margen, una nota de letra bronceada vocifera, en sordina, una dirección de hotel, el número de una habitación y otras cuantas instrucciones precisas. Bajo la nota una llave. Adriano no volverá a levantarse nunca.
Anne Rose amanecerá abrazada por un chuchillo y un paladín.

Nada cambiará.

( Fin del Extracto)

Nota: "Siete Mil Quinientas muertes de Anne Rose"...alunizará pronto. Hasta entonces, Adios.

El Autor exclusivo de la Anne Rose y la Contranovela.

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